Toda mi vida fui una perfecta ausencia,
Fui hogar de muchos nómadas,
Y tan solo un viejo jardín olvidado.
Jamás tuve algo que merecer, ni tampoco algo para quedarme.
Todo tenía que ver con una pregunta y con una vida llena de dudas.
Quise probar mi fe, y seguí caminando. Soporte lo que me dije mil veces no poder.
Fue cuestión de tiempo para que mis alas fueran desterradas de la luz, manchadas con las gotas que caían desde aquella penumbra, que tanto miedo me daba. Ahora estaban negras, ya nadie las miraba, estaban vacías, amargas y débiles.
Cerré los ojos y coloqué mis palmas en ellos. Era más fácil cuando no podía ver, lastimé mis pies pero aún conservaba el vuelvo. Más aún, seguí caminando.
Siete vientos destrozaron mi cara, siete soles me quemaron por dentro, siete lunas fueron mi consuelo y en siete mares vagaban mis lágrimas.
Hasta que un día, dolida por dentro, con rabia y locura, me arranqué siete plumas y las dejé caer en siete suelos distintos.
Y todo cambió,
Siete ángeles lloraron de envidia, siete envidias hicieron crecer una esperanza, me dejé caer rendida, y golpeé el suelo siete veces, gritando.
En ese día te vi llegar, estabas mirándome, estabas abrazándome, desde lejos. Cual era el propósito que escondías, quise saber. Mis ojos se perdieron en aquel bello resplandor, desplegaste tus alas y las plegaste siete veces, y en ese mismo instante recibí siete caricias, que me llovían dentro. Caminabas sin ninguna preocupación, las manos en el bolsillo, como si nada de lo que había ocurrido merecía mi dolor. Me limpiaste las heridas, con tan solo pronunciar siete veces mi nombre en silencio. Todo lo olvidé, lo guardé en el fondo sin fondo, abismo opaco, donde mi corazón drena todo aquello que lo roce con espinas.
Siete costuras distintas, entrelazaron nuestras almas, se podía sentir nuestro eterno resplandor renaciendo, rezaste siete veces por mi, y sanaste el mundo monocromático que se adueño de mis alas.
Mi ángel, que aquellos días vividos en el parque, nos llenaron de paz. Dejaste que tu luz se filtrara en mí, dibujaste en aquellos viejos muros, las más dulces historias que mis pobres retinas se rehusaban a ver.
Mi espalda ya no pesa, contigo a mi lado, nada es malo. Nada es bueno, solo es vida.
dedicado al mejor hermanito del mundo: Chichan.
Rushia.-