Le he pedido a la vida tantas cosas, que hasta veces olvidé el motivo por el cual lloraba.

He aprendido que mientras más se habla de amabilidad y bondad, más raíces del ego rompen la preciada tierra del corazón. Y mientras en el silencio de la humildad y la compasión te refugias, es donde nace la verdadera capacidad de amar.

Imaginé tantas veces que lloraba de felicidad que cuando tuve la oportunidad olvidé por qué quería hacerlo.

Fabriqué una alcancía de emociones para ahorrar sonrisas que alguna vez me servirían para comprar un poco de compañía.  Aún las tengo guardadas, oxidadas y olvidadas porque no me anime a venderlas.

 Sigo siendo una niña asustada cuando se trata de tomar riendas de mi vida, pero lo suficientemente fuerte para cambiar mi presente.

Tantas veces caminé por las calles de la verdad gritando con los ojos y durmiendo mi boca que cuando intenté decirte “por favor no te vayas”, te llevo el viento.

Y aunque tenga el corazón roto en mis manos, voy a rezar para que se eleve al cielo.

Seguiré siempre adelante, aunque signifique sacrificar los cielos que había conseguido.