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Dedicado a mis más preciasas rosas (amigas), especialmente a Mako-chan, última descendiente de la rosa,
Dicen que un día la Diosa Ishtar estando dormida, dejó escapar de un suspiro a sus más preciadas criaturas aladas: la vanidad y el amor.
Suspendidas en el aire de un majestuoso cielo, esperaron el despertar de su dueña para aclamar libertad. Libertad que se les concedió a cambio del despojo del corazón de Ishtar.
Ella les dijo “cumpliré su voluntad, pero les arrancaré sus alas y caerán a la tierra. Renacerán con mi rostro y sufrirán en el silencio”.
Cubiertas de la más dulce ignorancia, cerraron sus ojos y aceptaron. Ella las tomo en sus manos y las roso contra sus labios. Pronunció su sentencia y de un soplo, las impulsó hacia la tierra.
Esa es nuestra historia, arrojadas en la tierra, desterradas de lo divino y devueltas a la mano del hombre.
Sé nos concibió un tallo, firme y estructurado. De nuestro cáliz fuimos bordadas con las más finas sedas de oro y plata, cocidas con el más fino perfume y decorado con cabellos de ninfas del océano. Ahogadas en elogios punzantes, fuimos hechas para brillar.
Hemos sido la envidia de todas las flores, aquella elegida por el hombre en sus poemas y sus canciones. Emblema de nobleza, sombreros sublimes de las guerras, símbolos del eterno resplandor. Recibidas en la aurora, hemos tenido miles de almas arrodilladas antes nuestro encanto al comienzo del crepúsculo.
Durante años, nuestro destino fue entintar de colores nuestra pureza, de blancas a negras, rojas, amarillas, y rosadas.
Pero nadie ha sabido jamás, el secreto de las rosas. Forjadas de la magnificencia y la perfección, elevando su fragancia con las más hermosas melodías, nos habían condenado al eterno vacío.
En aquellas noches donde fuimos entregadas a una muchacha enamorada, nuestra misión fue solo aceptar nuestra hermosa y dolorosa libertad. A veces nos tocó estar danzando en una brisa que posaba en tumbas, manchadas con lágrimas de un adiós. Ser regaladas como signo de traición y hasta a veces… ser testigos de un juramento destructor.
Adoradas por los inmortales, demasiado pequeñas y delicadas para importar, pero demasiado grandes como para conquistar los ojos de un ser.
Siempre elegantes, y llenas de gracia. La rosa jamás llora, jamás entristece. Muere con estilo y no deja de emanar una enloquecedora dulzura. Ella jamás se olvida.
Con vestidos de orgullo, cubre su cuerpo de estigmas, seguirá siempre cegando los ojos de aquel que decida tomarla.
Y así lo haremos siempre, es nuestro destino ser lo más bello. Y erguirnos, estamos hechas para conquistar, desfilar con delicadeza en cuantas manos nos sostengan, desenvolvernos con gracia cada vez que se nos quite un pétalo y callar, ser acordes de silencio. Permanecer ausentes de voz, pero desbordar sentimientos, acompañarlos y verlos nacer. Recibir la calidez de un rayo desnudo proveniente del sol, sonreír a la luna y reflejar su esplendor. Besar a Céfiro para se lleve nuestra esencia, ser inspiración del arte y aliento de escritores. Siempre, siempre brillar. Jamás caer, jamás quebrar.
Suspendidas en el aire de un majestuoso cielo, esperaron el despertar de su dueña para aclamar libertad. Libertad que se les concedió a cambio del despojo del corazón de Ishtar.
Ella les dijo “cumpliré su voluntad, pero les arrancaré sus alas y caerán a la tierra. Renacerán con mi rostro y sufrirán en el silencio”.
Cubiertas de la más dulce ignorancia, cerraron sus ojos y aceptaron. Ella las tomo en sus manos y las roso contra sus labios. Pronunció su sentencia y de un soplo, las impulsó hacia la tierra.
Esa es nuestra historia, arrojadas en la tierra, desterradas de lo divino y devueltas a la mano del hombre.
Sé nos concibió un tallo, firme y estructurado. De nuestro cáliz fuimos bordadas con las más finas sedas de oro y plata, cocidas con el más fino perfume y decorado con cabellos de ninfas del océano. Ahogadas en elogios punzantes, fuimos hechas para brillar.
Hemos sido la envidia de todas las flores, aquella elegida por el hombre en sus poemas y sus canciones. Emblema de nobleza, sombreros sublimes de las guerras, símbolos del eterno resplandor. Recibidas en la aurora, hemos tenido miles de almas arrodilladas antes nuestro encanto al comienzo del crepúsculo.
Durante años, nuestro destino fue entintar de colores nuestra pureza, de blancas a negras, rojas, amarillas, y rosadas.
Pero nadie ha sabido jamás, el secreto de las rosas. Forjadas de la magnificencia y la perfección, elevando su fragancia con las más hermosas melodías, nos habían condenado al eterno vacío.
En aquellas noches donde fuimos entregadas a una muchacha enamorada, nuestra misión fue solo aceptar nuestra hermosa y dolorosa libertad. A veces nos tocó estar danzando en una brisa que posaba en tumbas, manchadas con lágrimas de un adiós. Ser regaladas como signo de traición y hasta a veces… ser testigos de un juramento destructor.
Adoradas por los inmortales, demasiado pequeñas y delicadas para importar, pero demasiado grandes como para conquistar los ojos de un ser.
Siempre elegantes, y llenas de gracia. La rosa jamás llora, jamás entristece. Muere con estilo y no deja de emanar una enloquecedora dulzura. Ella jamás se olvida.
Con vestidos de orgullo, cubre su cuerpo de estigmas, seguirá siempre cegando los ojos de aquel que decida tomarla.
Y así lo haremos siempre, es nuestro destino ser lo más bello. Y erguirnos, estamos hechas para conquistar, desfilar con delicadeza en cuantas manos nos sostengan, desenvolvernos con gracia cada vez que se nos quite un pétalo y callar, ser acordes de silencio. Permanecer ausentes de voz, pero desbordar sentimientos, acompañarlos y verlos nacer. Recibir la calidez de un rayo desnudo proveniente del sol, sonreír a la luna y reflejar su esplendor. Besar a Céfiro para se lleve nuestra esencia, ser inspiración del arte y aliento de escritores. Siempre, siempre brillar. Jamás caer, jamás quebrar.
Rushi-chan
