Anoche aprendí que se puede vivir en el océano,
Que un corazón puede estar duro pero sin embargo ser paciente y comprensivo.
Que a veces necesito huir y abrazar otro cuerpo, y otras simplemente regresar bajo la lluvia a mi casa.
Es difícil creer que me alegra saber que no hay mentiras, ni perdones.
Los recuerdos quedaron bajo nieve, y mis últimos deseos en aquella cafetería.
Quisiera comprar boletos hacia la tierra de las pasiones, caminar por la plaza y observar cada una de las artesanías que se venden, hechas de corazones que alguna vez ardieron pero murieron amargos por no saber hablar de amor. Luego me iría bajo la arboleda del boulevard hacia el puerto, donde esperaría sentada en uno de esos bancos rotos, a ver la gente llegar. Quizás te encuentre entre todas aquellas caras, y pueda descubrir tu mirada.
Necesito un rock que me hable de sentimientos puros, que no se ahoguen en un vaso de cerveza. Uno que lleve el nombre de un lugar importante para dos títeres que querían amar.
Y así poder escuchar esa canción mientras me encuentre en una pradera enfatizada en Cercis, de los cuales se desprenden aquellas hojas que me van cubriendo de a poco.
Me gustaría poderla cantar, olvidarme la letra pero aún sentir el impulso de no rendirme, y seguir intentando recordar aquella canción.
Ver aquellas mariposas invertidas, que pierden sus alas llegando el crepúsculo, porque la noche les envidia sus iluminados colores.
Esperaré en aquel lugar, entonces, cuando escuches los rumores sobre un rock de amor, que ha empezado a sonar y que habla sobre una pequeña cafetería y dos pasajeros de un tren que se conocieron, sabrás que es para ti. Y me vendrás a buscar, con esa vieja sonrisa y los ojos perdidos en tu propio pasado. Para ese entonces, te estaré esperando, recostada sobre aquel tren, con las manos cálidas en mis bolsillos, esperando para abrazarte.
Que un corazón puede estar duro pero sin embargo ser paciente y comprensivo.
Que a veces necesito huir y abrazar otro cuerpo, y otras simplemente regresar bajo la lluvia a mi casa.
Es difícil creer que me alegra saber que no hay mentiras, ni perdones.
Los recuerdos quedaron bajo nieve, y mis últimos deseos en aquella cafetería.
Quisiera comprar boletos hacia la tierra de las pasiones, caminar por la plaza y observar cada una de las artesanías que se venden, hechas de corazones que alguna vez ardieron pero murieron amargos por no saber hablar de amor. Luego me iría bajo la arboleda del boulevard hacia el puerto, donde esperaría sentada en uno de esos bancos rotos, a ver la gente llegar. Quizás te encuentre entre todas aquellas caras, y pueda descubrir tu mirada.
Necesito un rock que me hable de sentimientos puros, que no se ahoguen en un vaso de cerveza. Uno que lleve el nombre de un lugar importante para dos títeres que querían amar.
Y así poder escuchar esa canción mientras me encuentre en una pradera enfatizada en Cercis, de los cuales se desprenden aquellas hojas que me van cubriendo de a poco.
Me gustaría poderla cantar, olvidarme la letra pero aún sentir el impulso de no rendirme, y seguir intentando recordar aquella canción.
Ver aquellas mariposas invertidas, que pierden sus alas llegando el crepúsculo, porque la noche les envidia sus iluminados colores.
Esperaré en aquel lugar, entonces, cuando escuches los rumores sobre un rock de amor, que ha empezado a sonar y que habla sobre una pequeña cafetería y dos pasajeros de un tren que se conocieron, sabrás que es para ti. Y me vendrás a buscar, con esa vieja sonrisa y los ojos perdidos en tu propio pasado. Para ese entonces, te estaré esperando, recostada sobre aquel tren, con las manos cálidas en mis bolsillos, esperando para abrazarte.









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